Érase que se era una pareja de enamorados que lo que más deseaba en el mundo era tener un bebé. Un día, por fin, su deseo se cumplió. ¡Estaba embarazada!
Mientras la madre esperaba a que llegara su bebé, miraba por la ventana y suspiraba. Al otro lado de su ventana se veía un hermoso huerto lleno de flores y de frutos sabrosos.
– ¡Cómo me gustaría poder comer alguna de las ricas manzanas de ese huerto! – suspiraba constantemente la madre.
Pero aquel huerto pertenecía a una hechicera con muy mal carácter y nadie se había atrevido jamás a traspasar los muros de aquel lugar. Pero tal era el deseo de la mujer que comenzó a enfermar. El hombre, preocupado por su estado, decidió cumplir el deseo de su mujer.
Lo hizo de noche y la bruja no se dio cuenta. La mujer comenzó a mejorar al comer aquellas manzanas, pero necesitaba más y más y más. Así que el hombre volvió una vez y otra y otra hasta que una noche la hechicera le descubrió.
– Así que tú eres el tipo que ha estado robando mis manzanas…
El hombre le explicó que las manzanas eran para su mujer y que sin ellas moriría ella y el bebé que esperaba. Al escuchar aquello, la bruja tuvo una idea. Permitiría al hombre quedarse con las manzanas si a cambio le entregaba a su hija cuando esta naciera. El hombre no tuvo otro remedio que aceptar.
Cuando la niña llegó, la bruja acudió a casa de la pareja y se la llevó. Fueron pasando los años y la niña, a la que llamó Rapunzel, fue creciendo y convirtiéndose en una joven bellísima. Tan bella era, que la bruja, celosa de su belleza, decidió encerrarla en una torre en medio del bosque. Una torre sin escaleras, ni puertas. Tan solo tenía una ventana en lo alto desde la que Rapunzel se asomaba cada vez que la bruja la llamaba:
– Rapunzel, Rapunzel, lanza tu trenza para que pueda subir.
La joven soltaba su larga y abundante trenza rubia y la bruja trepaba por ahí.
Un día, un joven apuesto que cabalgaba por el bosque pasó por la torre y escuchó una voz que cantaba. Era la voz más dulce que había oído jamás. Atraído por aquella melodía se acercó al lugar del que procedía aquel sonido. Se trataba de la torre en la que vivía Rapunzel.
– Pero, ¿cómo entrar en esa torre si no tiene puertas ni escaleras? – se preguntó sorprendido el joven.
En aquel momento llegó la bruja y el chico se escondió.
– Rapunzel, Rapunzel, lanza tu trenza
Rapunzel dejó caer su larga trenza y la bruja, como hacía siempre, trepó hasta la ventana. Fue así como el joven descubrió cómo subir a la torre. Imitando a la bruja, gritó, cuando estuvo seguro de que andaba ya muy lejos:
– ¡Rapunzel!, ¡Rapunzel!, ¡lanza tu trenza!
Rapunzel, como siempre, lo hizo, pero al ver aparecer un apuesto joven, en vez de a la bruja cascarrabias, se asustó. Menos mal que el chico era dulce y amable. Le contó que su voz le había cautivado y que quería sacarla de ahí para hacerla su esposa. Rapunzel tuvo dudas al principio. Habían estado juntos un par de horas y habían hablado, se habían reído mucho y lo habían pasado bien. Pero aunque quería salir de aquel lugar y aquel muchacho era muy agradable, no veía por qué tenía que casarse con él.
– Me encantaría que me sacaras de aquí. Pero no sé si quiero casarme contigo. ¿No podemos simplemente ser amigos?
El joven se quedó un momento pensativo. Aquella joven era bellísima y muy agradable. Aunque no quisiera ser su esposa no podía dejarla ahí encerrada. Así que aceptó ser solo amigos y le prometió que al día siguiente vendría a buscarla con una escalera para sacarla de ahí. Rapunzel se puso tan contenta que comenzó a cantar otra vez.
– Muchas gracias. Tú sí que eres un verdadero amigo.
Sin embargo, para desgracia de los dos, la bruja había olvidado su sombrero en lo alto de la torre y había vuelto para recogerlo. Al encontrarse al joven bajando por la trenza de Rapunzel comprendió de inmediato el engaño.
– ¡No volveréis a veros! – gritó enfurecida y hechizó al chico, dejándole ciego.
La bruja, además, sacó a Rapunzel de aquella torre, le cortó su larga trenza y la abandonó en un lugar muy muy lejano del bosque donde no vivía nadie y donde nadie podría encontrarla jamás.
El joven, al quedar ciego no fue capaz de salir del bosque, estuvo durante mucho tiempo vagando entre los árboles. Un día, por casualidad, el muchacho llegó al lugar donde vivía Rapunzel. No podía verla, pero escuchaba claramente su bella voz, así que se acercó, convencido de que por fin la había encontrado. Cuando Rapunzel vio al joven se puso muy contenta.
– ¡Has cumplido tu promesa! Realmente eres un buen amigo.
Pero en seguida se dio cuenta de que el joven estaba ciego. Por su culpa aquel muchacho se había cruzado con la bruja y ésta le había condenado a no ver nunca más. Rapunzel se puso muy triste y abrazó al joven con cariño.
– Lo siento, lo siento mucho, amigo – le dijo con lágrimas en los ojos.
Por suerte, aquellas lágrimas cayeron sobre los ojos del muchacho y al momento la luz y los colores volvieron a él. ¡Podía ver!
Juntos atravesaron el bosque y regresaron a la ciudad de la que venía el joven. No llegaron a casarse nunca, pero fueron amigos, muy buenos amigos, para siempre.