Dorothy vivía con sus tíos en una hermosa casa de madera en medio del campo, era una región poco poblada y muy árida. Como único compañero de juego tenía a Totó, un perrito revoltoso e inteligente.
Un día un terrible tornado apareció de la nada y se tragó por completo la casa y el granero. Dorothy y Totó, que estaban jugando dentro, se asustaron mucho al notar como la casa se despegaba del suelo. Al asomarse a la ventana y ver aquella enorme casa volando en círculos por todo el terreno, no podían creerlo. La casa se mantuvo girando dos o tres veces en el aire, pero luego comenzó a volar en silencio, arrastrada por el viento…
Estuvieron así varios días, incrédulos sin poder dejar de mirar por la ventana, hasta que la casa comenzó a subir y subir, hasta el punto en que solo podían ver nubes.
Pasaron varios días más hasta que, una mañana, Totó y Dorothy se despertaron con un ruido de madera que crujía. La casa estaba aterrizando sobre un hermoso césped de un verde brillante. Dorothy ya no tenía miedo y, empujada por la curiosidad, comenzó a salir poco a poco para mirar a su alrededor.
No había rastro de sus tíos, de la granja, de los demás animales ni de los vecinos… ¿Cómo volverían a casa? ¿Estaban muy lejos? ¿Dónde estaban?
Dorothy decidió que había que aventurarse en la espesura del bosque para tratar de encontrar la forma de volver a su casa. Quizás un leñador les podría indicar el camino… Así que eso hizo, junto a su amigo Totó, comenzó a caminar bosque a través.
Apenas habían recorrido unos metros cuando, en medio del bosque, la niña pudo divisar un extraño camino. Entre los arbustos y el césped cubierto de hojas, aparecían unas grandes baldosas amarillas, de un color parecido al oro, que se colocaban amontonadas: grandes, pequeñas y medianas, cuadradas y redondas, una a una iban conformando un serpenteante camino que se adentraba en el bosque.
Sin dudarlo, Dorothy comenzó a caminar sobre las baldosas, dando alegras saltos y canturreando; mientras que Totó, algo más prudente, olisqueaba bien ese curioso suelo.
Pasaron las horas sin ver a nadie. Cuando, a lo lejos, pudieron ver un espantapájaros que estaba justo al borde del camino. Se pararon a observarlo un rato y, para su sorpresa, el espantapájaros se quito el sombrero y dijo:
– ¡Buenas tardes!
¡Dorothy casi se cae del susto! Por su parte, Totó comenzó a ladrar y gruñir. ¿Un espantapájaros que habla?
– Perdona si te he asustado. ¿Tú también vas a ver al Mago de Oz?- preguntó el espantapájaros.
– ¿Quién es ese mago?- contestó Dorothy que aún no podía creer que estaba hablando con un espantapájaros de trapo.
– ¡Es el hombre más sabio y poderoso del mundo! Todo lo que deseas, él puede encontrarlo. Yo me dirijo a Oz para pedirle un cerebro, estoy cansado de tener la cabeza llena de paja.
Entonces, Dorothy supo que, si quería encontrar la forma de volver a su casa, aquel mago debía saber la forma de hacerlo. Decidió acompañar al espantapájaros, después de tener que separarle de Totó varias veces: en cuanto se descuidaba, el pequeño perro le mordía los tobillos de paja.
En el camino se encontraron con un hombre de hojalata que estaba sentado en una piedra poniendo caras raras.
– ¿Qué te sucede?- le preguntó Dorothy extrañada.
El hombre de hojalata, torció el labio y comenzó a hacer unos sonidos extraños que sonaban a lata hueca.
– Estoy triste- dijo. Había algo raro en su cara.
El espantapájaros, demostrando que en vez de cerebro tenía paja, dijo lo primero que pasó por su cabeza:
– No pareces triste, pareces más bien asustado, feliz, enfadado, alegre, aliviado y cansado… ¡Todo a la vez!
– Ese es mi problema- replicó el hombre de hojalata-. No tengo sentimientos, necesito un corazón para poder sentir de verdad.
Dorothy, Totó y el espantapájaros invitaron al hombre de hojalata a que les acompañara en busca del Mago de Oz. Así cada uno podría conseguir lo que quería.
De repente, apareció un león en el camino. Todos se asustaron porque no se imaginaban que era el león más cobarde del mundo. Quería ser valiente, pero no sabía cómo hacerlo. ¡Hasta tenía miedo de su sombra!
El león estaba en mitad del camino. Caminaba distraído por él, olisqueando el suelo y parándose para lamerse las patas. De pronto, giró la cabeza y se quedó petrificado al ver a Dorothy, a Toto y a sus nuevos amigos que estaban totalmente quietos y con cara de miedo.
El asustadizo león pensó que algo terrible debía de haber entre los matorrales (justo detrás de él) y, por eso, aquellas personas tenían esas caras de miedo. El espantapájaros volvió a decir lo primero que le pasó por la cabeza.
– ¡No nos comas leoncito, no nos comas! Y si quieres comer, que no sea a mí. Soy de paja y no tengo buen sabor.
– ¿Comeros yooooo?- preguntó el león muy extrañado-. ¡Si pensaba que había una bestia detrás de mí que nos iba a comer a todos!
La carcajada fue general, una confusión muy divertida.
– ¡Me siento alegre!- exclamaba el hombre de hojalata una y otra vez.
Pronto hicieron buenas migas con aquel león que les contó su problema para ser valiente. Así que juntos emprendieron el viaje al lejano reino de Oz para hacer sus peticiones al mago.
En dirección al castillo del mago, el paisaje se volvió cada vez más extraño y fascinante: curiosas flores y plantas gigantescas sonreían a los recién llegados. En un momento dado, en la cima de una montaña lejana, apareció un enorme castillo. ¡Allí vivía el Mago de Oz!
¡Por fin estaban llegando! Sólo tenían que caminar por la larga avenida de baldosas amarillas hasta llegar al castillo y pedirle al mago que cumpliera sus deseos.
Cuando llegaron a la puerta, antes de llamar, se prepararon para encontrarse con el Mago de Oz: Dorothy se peinó los rizos y pasó la mano por Totó para peinarle también, el león sacudió el polvo de su melena, el espantapájaros comprobó que tenía el relleno bien apretado y el hombre de hojalata se echó unas gotitas de aceite en las rodillas para no hacer ruido al caminar.
Una vez que entraron, encontraron a un anciano con una tierna mirada en su cara. Dorothy le contó toda su historia y, después de escuchar sus peticiones, el Mago decidió cumplirlas, dándole a cada uno lo que realmente quería:
Dorothy soñaba con abrazar a sus tíos de nuevo.
El hombre de hojalata quería tener un latido en el pecho que le hiciera sentir.
El león, tener el valor que se espera de él.
Y el espantapájaros quería tener inteligencia y no una cabeza llena de paja.
Totó también cumplió sus deseos : el Mago le concedió un enorme hueso inagotable para morder y relamerse una y otra vez.
Todos juntos celebraron que, pese al largo camino, habían conseguido lo que buscaban. La fiesta se alargó hasta muy tarde y Dorothy se quedó dormida abrazada a Totó.
Cuando despertó, estaba en su cama, en su casa y todo estaba en su sitio. Además, sus tíos le esperaban para desayunar. Dorothy se preguntaba si había soñado todo aquello hasta que al irse a calzar, vio que la suela de sus zapatos estaba teñida de amarillo. Fue a buscar a Totó que se encontraba en el jardín mordiendo un hueso gigantesco y, sin salir de su asombro, notó como unas cuantas briznas de paja caían de su cabeza.